Del 13 al 15 de noviembre de 2015, tuvo lugar en la ciudad-estado de Singapur el Seminario Regional de Asia Este dentro del MMTC. En él participaron los cuatro movimientos del MMTC de dicha región: la ACO de Japón; el KaNoJang de Corea; el MCW de Taiwán, y el CFSM de Singapur.
Singapur es una ciudad-estado de 718 km2 que cuenta con una población de 5,45 millones de habitantes, de los cuales 3,87 millones son solamente residentes. La ciudad se sitúa en el extremo de la península de Malasia y está rodeada por el conjunto de islas que conforman Indonesia. Su clima es ecuatorial. Aunque hay minorías malasias e indias, su población se compone mayormente por habitantes de origen chino. Cuenta con una población de 1,34 millones de trabajadores extranjeros. Se trata de una ciudad futurista, con gran cantidad de edificios de formas variadas y, en ocasiones, sorprendentes y, además, muy conocida por su limpieza. Es una urbe próspera, en la que el dinero es el rey y su trabajadora población está bajo control. El país es miembro de la ASEAN (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático), compuesta por diez países cuyas poblaciones, dimensiones y niveles de vida son extremadamente variados. Estos países son: Birmania, Tailandia, Vietnam, Laos, Camboya, Filipinas, Malasia, Singapur, Brunéi e Indonesia.
El Movimiento local, el CFSM (Familia Cristiana y el Movimiento Social de Singapur), es el que ha organizado el Seminario Regional y el que ha acogido a las otras delegaciones en las instalaciones de la parroquia de Santa Teresa. Sin duda se acordarán del tema tratado en la Asamblea General del MMTC de 2013 en Haltern am See (Alemania): «Construyamos una sociedad justa, fraternal y sostenible». De entre estos aspectos, se ha querido hacer hincapié en la fraternidad. Así pues, veinticinco personas nos reunimos para enriquecer la reflexión sobre este tema.
En primer lugar, nos topamos con la dificultad que supone hablar de fraternidad, ya que hemos constatado que este término es prácticamente inexistente en nuestras respectivas lenguas o, al menos, muy poco utilizado. A menudo hablamos de amor, de solidaridad, pero la idea de la fraternidad nos resulta algo completamente abstracto. Y, además, no parece que tenga mucho sentido hablar de fraternidad en sociedades que promueven constantemente el espíritu competitivo desde la escuela primaria. Más allá de los obstáculos lingüísticos, observamos que vivir la fraternidad no es nada fácil en el contexto económico y social en el que nos movemos, el cual impulsa a la promoción individual y golpea duramente a todos aquellos que no consiguen seguir el ritmo impuesto.
En el hogar, la mayoría de veces ya no tenemos la posibilidad de comer juntos, pues cada uno tiene su propio ritmo de trabajo, de estudio o sus clases particulares fuera de la escuela. Además, el número de divorcios ha aumentado considerablemente estos últimos años en los países del este asiático. Las razones, sin duda, son variadas, pero para poder vivir actualmente los dos miembros de la pareja deben trabajar. De este modo, las condiciones laborales influyen sobremanera en la vida en pareja y, si uno de los dos pierde su empleo, se hace muy difícil, ya que muchas familias viven a crédito. La familia extensa todavía juega un papel importante, pero las relaciones tienden a distanciarse.
En las empresas, la competencia es muy fuerte y uno tiende a ver a su compañero de trabajo como un rival ante el miedo a perder su puesto. A los trabajadores inmigrantes, cada vez más numerosos en nuestras sociedades envejecidas, también se les ve como rivales, gente que viene a quitarnos el empleo, cuando en realidad ellos son los que hacen la mayoría del tiempo los trabajos que los locales no quieren realizar, los trabajos sucios, difíciles y peligrosos, como por ejemplo en las centrales nucleares destruidas en Japón. A menudo, los medios de comunicación parecen divertirse publicando las fechorías cometidas por los extranjeros.
Con frecuencia hablan de un aumento general de los «delitos» cometidos por la población extranjera, la mayoría de las veces sin preocuparse por especificar de cuál se trata. Sin embargo, uno se da cuenta de que el «delito» principal de estos es el de ser trabajadores sin papeles, lo que contribuye a aumentar el miedo y la desconfianza ante los extranjeros. Incluso los aborígenes de Taiwán, los verdaderos autóctonos, a menudo son percibidos como extranjeros en su propio país.
Algunos ancianos viven solos, aislados y, en ocasiones, ya no tienen relación con sus hijos. A muchos de ellos les gustaría ayudar a sus padres, algo que se supone que deben hacer de manera legal, pero no cuentan con los recursos para este fin, pues ya tienen problemas para mantener a sus propias familias. La cobertura social para las personas mayores no es suficiente. En el caso de Corea, por ejemplo, fueron los trabajadores jubilados los que más contribuyeron al milagro económico del país. Sin embargo, se sacrificaron hasta las últimas consecuencias y fueron privados del reconocimiento que la sociedad les debió haber manifestado. Muchos de ellos son como los parias y no pueden disfrutar de ayudas decentes. De este modo, hacen trabajos esporádicos cuando pueden y recogen cartones y trastos que luego venden para poder sobrevivir. Además, los suicidios entre las personas mayores son frecuentes, pero afortunadamente algunas asociaciones les ayudan y ponen en práctica la verdadera fraternidad con ellos.
En las urbes de Asia, la gente que vive en una misma ciudad no suele conocerse y cultivan una cierta distancia entre ellos, como si quisieran proteger su anonimato o la intimidad familiar. En las parroquias, el vínculo entre los cristianos también tiende a debilitarse. Los movimientos de compromiso social no son necesariamente bienvenidos, cuyo lugar está más bien reservado a los «grupos espirituales », que muestran poco interés por los problemas sociales y parece que, más que otra cosa, buscan protegerse del mundo exterior.
Dichos movimientos sufren en gran medida este entorno que favorece tan poco a la fraternidad, pero a pesar de ello no se rinden. En nuestra reflexión sobre la fraternidad, nos vino a la mente en varias ocasiones una cita del libro del Éxodo. Se trata de la Palabra con la que Dios se dirige a Moisés: «Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus opresores» (Ex 3,7). Los militantes son conscientes de que Dios también espera de ellos que escuchen el clamor de aquellos que sufren y que reaccionen. Estos saben que sus posibilidades son limitadas, ya que no son más que un pequeño grupo y, además, están condicionados por sus largas jornadas de trabajo, que suponen una enorme carga. Sin embargo, han señalado en varias ocasiones que son ellos quienes deben iniciar el cambio. No hay que esperar a que el resto cambie, sino actuar en primer lugar para mostrar que el cambio es posible. Abrirse a los demás no es más que esbozar una simple sonrisa, algo que puede contribuir a llegar a los corazones y a ganarse la confianza.
Algunos militantes ya se han comprometido con la población aborigen, otros con trabajadores inmigrantes o con mujeres extranjeras casadas con nacionales. También los hay que hacen campaña para la supresión de la energía nuclear, que se solidarizan con los trabajadores que han sido despedidos, que apoyan el trabajo de asociaciones que ayudan a las personas mayores o discapacitadas, etc. Se trata de acciones que se deben desarrollar y con las que se tiene que continuar para poder instaurar una verdadera fraternidad humana.
Aunque al principio la noción de fraternidad fue difícil de entender, al final de estos tres días de seminario los participantes han declarado que han tomado conciencia de haber vivido juntos una fraternidad real, a pesar de las dificultades comunicativas causadas por la diversidad de lenguas y culturas. Afirmaron que habían experimentado la verdadera fraternidad. Todos ellos se mostraron agradecidos con los militantes del CFSM por la calurosa acogida, por haberles enseñado Singapur y por haberlos aceptado en sus propias familias a cambio de una comida y un intercambio fraternal.
Michel Roncin, Consiliario en Asia