Partida da marcha pela igualdade em Paris, em 21 de janeiro de 2024 – Crédito: Murielle Becel
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TESTIMONIO DE ACOMPAÑAMIENTO Tres militantes de ACO, Angel, Toni y Maria, sentimos la necesidad de participar en una mentoria de enraizamiento social. Nos pidieron realizar primero como voluntarios que seríamos, un curso de formación, en el que se expuso qué era una mentoria, la realidad de la migración, la Ley de Extranjeria y la misión y objetivos de los acompañantes. Acabado dicho curso, nos asignaron un técnico que tuvimos de referencia y cada mes nos encontrábamos con él para hacer seguimiento y valoración de la mentoria. Se organizó un encuentro donde el técnico nos presentó a Fátima, de 41 años, nacida en Gambia, desde donde había venido hacía tres años. musulmana, dos años viuda y con tres hijos. Vivía una situación dolorosa y difícil, sin papeles y sin trabajo. Los Servicios Sociales le prestaban ayudas y gestionarle la regularización de su situación. Acordamos con ella que nos encontraríamos un dia cada semana unas 4 horas cuando por la mañana dejaba a los niños en la escuela. Durante todo el tiempo mostró mucho interés per aprender el idioma castellano que hablaba poco. Hablaba de sus hijos que más tarde conocimos. Hacíamos gramática, cantos que acompañábamos con guitarra, dibujaba con detalle su país y nos explicaba cómo había sido su vida anterior. No había ido nunca a la escuela porque en su país debía ayudar a su madre a cuidar de sus hermanos pequeños. Le propusimos visitar la ciudad de l' Hospitalet de Llobregat donde ella vivía ahora, los organismos oficiales, los mercados, el cementario, las bibliotecas, le gustaba también visitar alguna iglesia católica. La acompañamos a realizar algunas gestiones cuando ella se veía con dificultades. Una mujer que quería salir de la situación que vivía de incertidumbre, angustia, fragilidad y de una inseguridad y dolor que había sufrido. Valiente, inteligente, respetuosa, que mostraba muchos deseos de participar socialmente, con mucha dignidad y deseando trabajar y dar lo mejor a sus hijos. Cada vez nos expresaba más sus sentimientos, preocupaciones y miedos. Intentabamos escucharla, consolarla y estar a su lado, muchas veces en silencio. Nuestra experiencia como acompañantes nos cambió, aprendimos a tener paciencia, prudencia, a respetar a la persona y sus ritmos. El hecho de tener contacto con personas de otras religiones, como la musulmana, refuerzó las propias creencias en un Dios próximo. Las culturas son relativas y los nombres que se dan a la divinidad son diferentes, pero la realidad es la misma. Nos hizo pensar en las migraciones y a ser más conscientes de los sufrimientos de los migrantes y, por tanto, a superar etiquetas y generalizaciones. Ellos y ellas como migrantes encarnan a Dios. Los tres compartimos el Evangelio de Lucas 5,17-25 sobre la curación de un paralítico. Sabíamos que estábamos caminando juntos, aprendiendo a ser equipo: a ser constantes, tener confianza, ser libres para expresar lo que sentíamos, respetar y complementarnos. La litera no se hacía pesada porque el camino era compartido y aunque viviendo la impotencia, queríamos tener los ojos y el corazón puestos en la esperanza. Intentábamos también ser conscientes de nuestras parálisis. Pasados unos meses de la finalización del acompañamiento a Fátima, inicíamos de nuevo otro acompañamiento a una mujer de 67 años, cristiana ortodoxa, refugiada de Ucraina y que tenía a su hijo en el frente y a su familia sufriendo la guerra. Vivimos con ellas dos lo que significaba su fe en un Dios que es Padre-Madre y que las hacía ser tan valientes y confiadas en su Amor.
Maria Martínez Rojas |
